Si Samuel Beckett siempre vuelve, es porque su obra es inagotable. Esto que digo es una obviedad bien sabida: ante un autor que analizó y representó sin contemplaciones la tragicomedia contemporánea, las lecturas son siempre actuales. La obra de Beckett es inagotable porque la condición humana es inagotable, más aún cuando él nos habló de una condición humana que se anunciaba, en sí misma, agotada. Se entiende entonces que Beckett siempre vuelva, y que nosotros volvamos sobre él, no como homenaje (o no necesariamente), sino como un retorno inevitable sobre nosotros mismos.

Con ‘
La voz de nunca‘
La Phármaco vuelve sobre Beckett, pero vuelve sobre todo para bailar esa tragedia latente en su obra, la que no cesa en nuestro presente; en palabras de la compañía, para bailar
«el Beckett que anticipa la tragedia contemporánea (del siglo XX pero sobre todo de nuestro siglo), en la que el sentimiento romántico se sustituye por el mito de la nada: el hombre se enfrenta con su insignificancia para rendirle culto; la nueva religión exige sus propios ritos.» Inspirándose en
Esperando a Godot, la compañía propone una nueva lectura de la obra en la que –a pesar de servirse de los elementos básicos del texto, la estructura de dos actos y los personajes de la pieza beckettiana–, lo fundamental parece ser poner sobre la escena la cuestión de la condición humana que se revelaba en Beckett… y que inevitablemente se nos sigue revelando. Es por eso que ‘
La voz de nunca’ tiene mucho de «obra original», como ejercicio creativo y propuesta escénica que no mira hacia atrás para hacer una representación de lo que fuimos, o una representación de la representación, sino para insistir en lo que somos, seguimos siendo, quizá a nuestro pesar. Prescindir de la literalidad del texto supone trabajar con lo que hay debajo de las palabras. Es lo que hace esta pieza, que indaga en la voz de Beckett desde la música, el movimiento y la dramaturgia, elementos de una propuesta de conjunto, que mantiene la tensión de principio a fin a través sobre todo de la acción de los cuerpos, de un discurso coreográfico cargado de fuerza y fisicidad, a la vez que de trabajo interpretativo.

Sobre el escenario, los cuatro intérpretes que bailan a Estragón, Vladimir, Lucky y Pozzo, muestran el egoísmo y la insignificancia de estos personajes que transitan en sus roles más o menos fuertes o débiles, en ese juego casi aleatorio entre la alienación y la lucha de poder. Sus gestos y sus movimientos encarnan la soledad, la pesadez, la angustia y la desesperanza de una sociedad de seres humanos agotados; cuatro cuerpos muy distintos forman sin embargo un conjunto de soledades que a ratos se encuentran y marchan en comparsa, como si nada dependiese de ellos. Han comprendido, quizá, que les ha tocado vivir la incomprensión. Como todas las grandes obras que trascienden a su tiempo, Esperando a Godot hablaba de una verdad. En la pieza de La Phármaco esa verdad es el elemento clave que articula su propuesta. La compañía despliega así una poética propia para traer a Beckett a la danza, y la experiencia funciona sobre el escenario: si bien los códigos son muy distintos (y no sólo porque pasemos del texto al movimiento), ‘La voz de nunca’ recupera la lectura de Esperando a Godot para traerla a nuestros días. No recupera la literatura, sino el ejercicio de lectura. Por eso, antes que la palabra escrita, lo que nos llega es la voz de Beckett. Una voz que habla de la condición humana y revela, una vez más, esa verdad que sigue apuntando a nuestro tiempo. La vergüenza más esencial de todas, la que sentimos simplemente por ser humanos, atraviesa a los intérpretes y toca al espectador.
‘La voz de nunca’ transmite claves que apuntan hacia el presente a través de códigos que además están bien defendidos y bien armados, ayudando a que nada pase desapercibido: así se despliega en varias ocasiones ese humor que nos asusta sentir porque apunta hacia lo más miserable de nosotros; la representación de la humanidad que marcha por inercia (en esos momentos en los que los bailarines pasean juntos pero sin rumbo, mirando indistintamente arriba y abajo, condenados a seguir en la superficie ambigua del limbo); el movimiento que muchas veces sugiere inmovilismo (la idea de espera tan beckettiana, si bien no es espera literal, pues el movimiento es constante aunque nos sitúa en la idea de suspensión); la voluntad como ruleta en la acción de los movimientos sin intención, generada sólo por lo insoportable que nos supondría pararnos y vernos (los silencios de nuestro tiempo, que quizá no son los silencios de otros tiempos); la gravedad y pesadez de los cuerpos que cargan con el peso de las herencias (y fracasos) de nuestra historia y nuestros fantasmas; el juego y el ejercicio del poder sin reglas de auctoritas entre los personajes; el ascenso sin medidas y la caída inevitable que acompaña a Pozzo; el lenguaje cargado de estructuras y vacío de significados en los monólogos de Lucky; los rituales establecidos que ya no nos sirven y que se repiten por el simple hecho de sabernos el papel; el individuo cuyo mayor valor es su individualidad y sin embargo arrastra una individualidad informe…
Pero no todo es desesperanza, pesimismo y absurdo. Como probablemente tampoco lo era en Beckett. Está sobre todo la inevitable extrañeza ante el otro, que nos lleva a la extrañeza de nosotros mismos, y a la única solución de abrazar al otro para llegar a tocarse uno mismo. De alguna manera, quizá indirecta, ‘La voz de nunca’ es también una reflexión sobre las lecturas que hemos hecho de Beckett y que nos han traído hasta aquí. ¿Cómo podemos leer hoy su obra, después de todo este volumen de representaciones, revisiones y crítica generada? En la sinopsis de la pieza, la compañía ya apunta: «La obra de Samuel Beckett se suele interpretar como una exposición de la desesperanza, de la angustia, la soledad y la degradación humanas. Sobre esta lectura superficial de Beckett se erigen los lugares comunes del pensamiento y poética posmodernos.» (…) Los personajes de Beckett superan el solipsismo y sólo son a través del otro: «el amor es ese intervalo donde se persigue hasta el infinito una especie de indagación sobre el mundo (…) El amor es cuando podemos decir que tenemos el cielo y el cielo no tiene nada» (Alain Badiou en Beckett. El infatigable deseo.)


La voz de nunca se define como «una obra escénica total donde confluyen movimiento, palabra y música interpretada en directo por un pianista. La música original toma como punto de partida el Claro de Luna de Beethoven y la Sonata para viola de Shostakovich.» Después de ver esta pieza, a una le queda una idea muy clara: es una pieza ambiciosa, y lo es en todos sus extremos, desde la dramaturgia, la coreografía, la composición musical, la interpretación… Después de reposarla, comienzan a llegar las otras capas, que son muchas. Afortunadamente, en el pase que pude ver en la Sala Cuarta Pared, la compañía La Phármaco propuso un encuentro con el público como cierre, que sirvió para empezar a desvelar algunas de estas capas. Fui invitada a participar junto con la bailarina Raquel Sánchez, con José Sanchís Sinisterra y Eduardo Pérez-Rasilla, dos maestros del teatro, ambos especialistas beckettianos, y con los integrantes de la compañía: Luz Arcas y Abraham Gragera (responsables de la dirección artística y dramaturgia), Carlos González (responsable de la música) y los intérpretes Begoña Quiñones, Ignacio Jiménez y Juan Manuel Ramírez. La sala estaba llena y casi todo el público se quedó pegado al asiento para participar del debate después de ver la pieza. Una buena señal de que la cosa había removido y todos queríamos seguir compartiendo el momento. Tras los comentarios del resto de asistentes, todos ellos muy elocuentes, la moderadora del encuentro me lanzó una pregunta que sigo sin poder responder: «¿qué elementos clave definen una propuesta contemporánea para que podamos llamarla contemporánea?», «¿es ‘La voz de nunca’ una propuesta de danza contemporánea?». Desde luego no seré la que se atreva a decir qué es la contemporaneidad, ni la danza contemporánea, pero sí me atrevo a dejar de lado etiquetas tan estériles como estas, al menos mientras permanezcan tan manidas, que no hacen ningún favor a las propuestas artísticas que se producen hoy, catalogándolas en unos circuitos y excluyéndolas de otros. Ni tampoco a los artistas, que se ven arrastrados muchas veces a centrarse más en el ejercicio de poder calificar –desde convenciones más bien vagas y superficiales– su creación como ‘contemporánea’, que en la creación en sí misma. Hemos acuñado y madurado tantos términos para hablar de lo moderno, posmoderno y contemporáneo, que nos pierde la obsesión por mantenernos en esa categoría tan estirada, que ya no da más de si y que pide a gritos una resignificación; cuanto más empeño por entrar en el circuito, más alimentamos un circuito al servicio del del sistema económico y productivo. Definir lo contemporáneo desde la contemporaneidad nos lleva la mayor parte de las veces a ejercicios de circularidad bastante estériles y nos aleja del ejercicio de honestidad que es condición básica a la creación artística. No podemos trascender a nuestro tiempo desde nuestro tiempo. Pero en un sistema que se sostiene a base de alimentar las vanidades individuales, nos hemos convencido de que todos podemos ser profetas del mismo. Ser contemporáneo es otra cosa, y se da cuando habitamos de verdad el presente, sin preocuparnos por el empeño de hacerlo evidente y sin limitarnos a hablar de subjetividades producidas. Atender a una verdad del presente para ampliar nuestro mundo, trascender las estructuras del lenguaje apuntándola, negándola, afirmándola… Esa debería ser condición consustancial al arte. Si debemos preocuparnos por verificar si se cumple, es que algo está fallando.
Poco importa si a ‘La voz de nunca’ le llamamos danza, teatro, o una mezcla de ambos, cuando no se trata de un trabajo acumulativo, sino de utilizar los elementos que necesitan para colocarnos en el lugar de reflexión deseado. Poco importa si revisa una obra clave del siglo XX, cuando la mirada es desde la actualidad. Que apele al presente que comparte con el espectador que está delante, con el resto de la sociedad, es lo que hace que ‘La voz de nunca’ sea una pieza de hoy. En el encuentro con el público, fue inevitable discutir si Beckett quería decir esto o aquello y si la compañía lo había entendido de esta manera o la otra. Son reflexiones desde luego valiosas, que califican parte de la propuesta que es ‘La voz de nunca’ y ayudan a entender el discurso de la obra. Pero no lo son todo. Acudir a Beckett no es para ellos simplemente un modo de buscar inspiración. En esta doble entrevista con Abraham Gragera y Carlos González se dan muchas de las claves que están detrás de este trabajo. En palabras de Abraham Gragera, bailar a Beckett es para ellos «el modo más claro que hemos desarrollado hasta el momento para aludir a la vigencia de la tragedia y a los conflictos derivados del nihilismo contemporáneo; y para intentar leer coherentemente unos tiempos un tanto confusos también, en nuestra opinión, desde el punto de vista de la estética». En esta otra entrevista de Mercedes Caballero, Luz Arcas habla de su lenguaje como creadora y explica que “el cuerpo tiene que hundirse en el tema, tiene que padecer el discurso. No me interesa la danza intelectual en la que el cuerpo no sufre plásticamente los conceptos, como tampoco me interesa la danza que se instala en lugares comunes: lo que me interesa es que el movimiento se apropie de lo invisible, que se baile lo que es inexplicable pero quiere ser dicho”. Cuando alguien preguntó a la compañía por el trabajo de dirección con los intérpretes, la coreógrafa Luz Arcas se refirió a sus bailarines como «cuerpos». Si consiguiésemos que hoy por hoy hablar de un cuerpo dejase de ser algo superficial, y lo entendiésemos como (en palabras de Luz) «algo muy grande», estaríamos a las puertas de un cambio digno de ser llamado ‘contemporáneo’.La voz de nunca from la phármaco on Vimeo.
24, 25 y 26 de Septiembre de 2015,
La obra es una co-producción de La Phármaco con la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales, cuenta con el apoyo del Centro de Danza Canal, el patrocinio de la firma Tenkey. El estreno absoluto de La voz de nunca fue en julio de 2014 en la feria de Teatro en el Sur (Palma del Río, Córdoba)
- Interpretación
Luz Arcas, Estragón
Begoña Quiñones, Vladimir
Ignacio Jiménez, Lucky
Juan Manuel Ramírez, Pozzo
- Composición e interpretación musical
Carlos González, piano
- Coreografía
Luz Arcas
- Iluminación
Miguel Ángel Camacho
- Vestuario
Tenkey
Ana Montes
- Diseño gráfico
María Peinado Florido
- Fotografía y vídeo
Javier Suárez
- Producción y distribución
La Phármaco/ Agencia Andaluza de Instituciones Culturales
- Directora de Producción y Distribución
Sofía Manrique
- Dirección y Dramaturgia
Luz Arcas y Abraham Gragera
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