Cuando llegas a la danza, te das cuenta de que habías estado ahí desde el principio. Y de que vas a seguir estando. Solo queda una opción: vivir la danza. Por suerte, hay muchas formas de vivirla.
Como toda esa gente a la que le apasiona este mundo, yo también he llegado a la danza para quedarme. Como he llegado tarde, me ha tocado coger carrerilla y rebuscar entre referencias que nunca encontraba. Por eso he querido compartir mi camino en este blog. Para quien esté a cuerpo de baile, espero que encuentre algo de lo que busca.
Es verdad, en la danza es especialmente difícil remontar los años perdidos, despertar los músculos atrofiados, recuperar el sentido de ritmo (que no adquirirlo, porque todos lo tenemos), empezar a expresarse con el cuerpo. Además, la idea de «tarde» en danza es el «pronto» en la mayoría de las disciplinas o de los oficios a los que se puede dedicar una persona. Eso desanima. Pero a pocos oficios, disciplinas o artes nos podemos dedicar en cuerpo y alma. En la danza es así. Literalmente.
Además, no solo se vive la danza bailando. Hay libros, revistas, cine, festivales… un poco más escondidos de lo común. La danza ha estado siempre y sigue estando apartada, lejos de las vidas comunes. Al que no es bailarín, no le han enseñado a leer la danza, ni siquiera los titulares. Eso es algo contra lo que se puede (y se debe) luchar. Mostrar opciones es dar libertad a las personas, generar espíritu crítico y formar nuevos públicos. Hay mucho por hacer.
Este verano leí la autobiografía de Maya Plisétskaya editada por Nerea (Yo, Maya Plisétskaya). En un capítulo, la mítica bailarina del Bólshoi recuerda el montaje del ballet Isadora por Béjart y cuenta cómo comenzaba la pieza: «No he inventado mi baile. El baile dormía en mí. Yo lo desperté». Esas eran las palabras que soltaba la bailarina, interpretando a Isadora Duncan, antes de ponerse a bailar. Casi nada. Como para no meterse en el papel.
Felicidades Sabela por compartir tu sentir…. dancemos siempre 😉