Diaghilev de regreso en el Teatro Real

El Ballet de la Ópera de Perm ha sido la compañía encargada de inaugurar la temporada de danza 2013-2014 en el Teatro Real. La compañía rusa se ha presentado con un programa doble compuesto por Les Noces y El bufón, que combina la tradición de dos clásicos rusos, Igor Stravinsky y Serguéi Prokófiev, con dos  coreógrafos contemporáneos, pero de los contemporáneos ya casi convertidos en clásicos,  Jiří Kylián Alexey Miroshnichenko.

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Dos piezas completamente diferentes, tanto en lenguaje coreográfico como en música y estética, que pueden dar una idea de la amplitud del abanico creativo que desplegó e impulsó Serguéi Diaghilev. Se necesita el descanso de 25 minutos para pasar de la sobriedad, los esquemas simétricos y los movimientos mecánicos de Les noces a la mímica, los conjuntos y el tono colorido y burlesco de El bufón. Perm es la ciudad en la que Diaghilev vivió sus primeros años y el Ballet de la Ópera de Perm, aunque muy poco conocido en nuestro entorno, está considerado entre los mejores de Rusia. Técnica y tradición estaban aseguradas. Se conmemoraba a Diaghilev, y se hacía además con un programa cuanto menos original en España, así que su programación parece justificada.

La primera de las obras fue Les noces, con música de Igor Stravinsky, y coreografía en la versión diseñada por Jiří Kylián en 1982 para el Nederlands Dans Theatre. En su versión original de 1923 Diaghilev encargó la coreografía de Les Noces a Bronislava Nijinska y la escenografía y vestuario a Natalia Goncharova (una versión que no se ha visto en el Real), elementos que al parecer han sufrido muy pocas variaciones en sus versiones posteriores.  Les noces describe el ritual matrimonial de los antiguos campesinos rusos, en una acción que transcurre a lo largo de un día en un mismo decorado. Los solistas del coro acompañaron con sus cantos populares los movimientos de los bailarines, quienes se mueven de forma solemne y ceremoniosa, interpretando con sus cuerpos la declamación de los textos. Una interpretación musical con una tremenda riqueza expresiva, llena de tonos y juegos fonéticos propios del habla rusa y de su folclore, que estuvo a cargo de la formación MusicAeterna de Perm, bajo la dirección de Teodor Currentzis.

Así describe el Teatro Real en su web la versión que programa ahora: «Kylián entrelaza un lenguaje tradicional y contemporáneo que encaja a la perfección con la energía de la partitura, dando especial relevancia al lado más vital de la narración. Sus movimientos mecánicos y expresivos reflejan con precisión el espíritu de la composición de Stravinsky, que parte de los cantos típicos rituales de una boda campesina rusa, para desarrollar una suerte de música, casi abstracta, basada en juegos fonéticos que emanan de la particular forma de declamación en su país natal.»

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La segunda pieza, El bufón, también inspirada en los cuentos tradicionales rusos, con personajes tragicómicos y situaciones grotescas, sorprende sobre todo por su puesta en escena, por sus llamativos decorados y figurines que varían en cada uno de los seis actos. Como dice el programa del Teatro Real, en su versión original «Mikhail Larionov propuso unos diseños de vanguardia llenos de colorido, entre primitivos y fauves,  e inspirados en el arte popular ruso». Si en la primera pieza de Les noces, uno se podía distraer del ballet por la interpretación coral, en esta segunda pieza de El bufón, me encontré en más de una ocasión atendiendo al despliegue de la escenografía antes que a la ejecución de los movimientos.  «Alexey Miroshnichenko, actual director del Ballet de la Ópera de Perm, es el responsable de la coreografía rediseñada para El bufón, originalmente creada por Diaghilev para les Ballets Russes en 1921. Su propuesta evoca los figurines y decorados originales que Mikhail Larionov diseñó para su estreno en París, firmados en esta ocasión por Tatiana Noginova y Sergey Martynov. La música de Serguéi Prokófiev para El bufón estuvo interpretada por la Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid) bajo la dirección de Valentin Uryupin».

Dos ballets creados por Seguéi Diaghilev y estrenados en 1923 y 1921 bajo la estela de aquella gran empresa de la danza, les Ballets Russes, uno de los fenómenos culturales más influyentes del siglo XX, que concentró el trabajo de los más destacados compositores, coreógrafos, bailarines y artistas plásticos del momento. En 1916 los ballets rusos pisaron España por primera vez y dejaron huella, como lo estaban haciendo en sus giras europeas. Era lo más moderno y vanguardista y reunía a los mejores. Músicos como Stravinsky, Debussy, Ravel, Strauss o Erik Satie con bailarines como Nijinski, Pavlova, Balanchine, Lifar …. En España también lo hizo y trabajó con Manuel de Falla, Joaquín Turina, Picasso, Juan Gris o Miró, entre otros. Hoy, el programa de mano que nos daban a la entrada de la función en el Teatro Real, rescataba incluso una cita de José Ortega y Gasset de 1927 que definía a Diaghilev como «una de las figuras de más alto rango en la Europa de este siglo. La influencia de su creación sobre la sensibilidad universal es superior a cuanto se ha dicho«.

Ahora cuesta imaginar que un empresario de la danza pudiese ser toda una personalidad, mencionada casi a diario en la prensa europea, conocida por todo artista o intelectual de la época, pero así fue con Diaghilev. No solo el mundo del ballet y la danza le debe mucho, también la herencia cultural que nos ha llegado del s. XX. Hacía bien su función: aglutinar el talento, ponerlo en conexión con otras disciplinas y motivarlos para que de ahí surgiese una obra con mayúsculas. Y sobre todo, fascinar al público. Esto es lo que se enseña hoy en día en los programas de gestión cultural de nuestras universidades, pero no es nada nuevo, y hubo una persona que desarrolló esta función en sus máximas posibilidades. Yo al menos no he conocido a ningún otro gestor cultural cuyo nombre sonase al mismo nivel (o mayor) que el de los creadores que promociona, o que haya pasado a la historia como un renovador de la escena cultural.

A Diaghilev se le reconoce esto y me alegra que se le recupere en el Teatro Real. Solo me apena (no puedo evitarlo) que no se estén dando oportunidades para que gestores y creadores actuales puedan hacer revoluciones como la que Diaghilev hizo en su momento. ¿Somos menos originales y genuinos? ¿O es que ya nos apostamos por nuevas revoluciones creativas?

No sé cuánto puede costar poner en escena y traer estas piezas al Teatro Real, piezas que reconozco haber disfrutado muchísimo. Tampoco sé cuánto puede costar hacer algo nuevo de este calibre, uniendo a nuestros mejores compositores, coreógrafos y artistas plásticos contemporáneos. Pero sé que hablamos de cosas y cantidades grandes. Espero que si se recuerda el pasado, se esté dejando también algo para invertir en el presente y apostar por el futuro.

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