Hace varios años que tengo la suerte de formar parte de una escuela de danza, el Estudio de Danza Amelia Caravaca, en la que se hace mucho más que recibir clases. Digo que formo parte porque es así como lo siento, como un lugar familiar en el que todos los alumnos y alumnas somos una pieza más de un mismo proyecto, de una forma de entender y vivir la danza. ¿Cuál? Pues aquella forma que le hace feliz a cada uno. Ni más ni menos.
Para desarrollar un proyecto como este, no basta con llenar un horario de clases regulares de clásico, contemporáneo, contact o flamenco. La escuela ofrece talleres intensivos con profesores invitados, propone un Plan de formación en danza contemporánea, organiza muestras en espacios y salas de Madrid que nos dan la oportunidad de subir a un escenario digno dos veces al año, desarrolla el proyecto «Danza a dos metros» con charlas, proyecciones y sesiones dedicadas a comprender la danza desde otros prismas… Y además, funciona como espacio de creación, contando con la Compañía TOM de danza contemporánea como compañía residente en la escuela.
El Estudio es un espacio bastante reciente en Madrid, pero que va dejando huella. O al menos eso es lo que sentimos los y las que estamos dentro del Estudio: que nos deja huella. La sorpresa me la llevé el fin de semana pasado, cuando fui a ver «Muestras nuestras» de la Cía TOM, al encontrarme con una propuesta que reflexiona sobre la huella que las clases dejan también sobre las maestras. Amelia Caravaca y Alejandra Illmer forman un dúo de trabajo y creación en el estudio, las dos enseñan danza contemporánea y a lo largo del año crean y experimentan en las clases. El proceso de enseñanza y aprendizaje es en gran parte proceso creativo, en el que profesoras y alumnos se influyen mutuamente. Sacar al escenario todo este trabajo de aula es una apuesta diferente y generosa: dos creadoras reconocen la importancia del diálogo con los alumnos en su trabajo coreográfico. Y es que todos los maestros, antes de maestros, han sido alumnos. Y casi todos los coreógrafos, además de creadores, son al tiempo profesores. Olvidar esa fase es tanto como perder una parte de la biografía, es como no contar toda la historia, y sin embargo parece que debiera dar vergüenza reconocerla (no solemos encontrar ningún reflejo en los escenarios).
«Existen muestras críticas, muestras liberadoras y catárticas, también muestras disciplinadas, formalidades y excentricidades clásicas, muestras digeribles y picaditas… Queja y reivindicación de lo que entendemos por danza: forma de arte donde se utiliza el movimiento del cuerpo como una forma de expresión… y ya.»
«Muestras nuestras» es una sucesión de piezas coreográficas de distintos estilos por los que van transitando las dos intérpretes, que nos pasean desde el contemporáneo y el contact hasta un arranque por bulerías, con los correspondientes cambios de música y de vestuario, amenizados por un par de diálogos a modo de reflexión o de declaración de intenciones, que conectan a las bailarinas con el público y ayudan en la transición de un estilo a otro, en el acompañamiento de la historia que nos están contando (la historia de sus muestras). Algunos de esos cambios de ritmo van acompañados de proyecciones (incluida una «desconexión» con la escuela que da voz a los alumnos y alumnas). Podría parecer un festival de fin de curso protagonizado por las profesoras de una escuela, pero no lo es. Podría parecer un muestrario de estilos, pero tampoco. Cada muestra es un capítulo y al salir de allí sentimos que hemos asistido a una narración completa. Es más bien un decálogo de impulsos creativos, de todos aquellos trocitos de la realidad que arrastran a bailar y a crear una pieza: un estilo de ánimo, una música, un instinto, un sentido tan básico como el olfato, una amistad, una admiración, un enfado con un alumno, un ritmo, una idea, una rabia o una alegría. Todo impulso nos puede llevar a bailar y si lo escuchamos de verdad, la danza que resulta de él será siempre diferente.
Cuando la danza se siente como forma de vida, puede haber tantas «muestras nuestras» como momentos y estados de ánimo. Hay momentos de interpretación, momentos de soledad y momentos de compañía. Hay seriedad y respeto por la profesión, pero también hay crítica, sátira y una mirada de humor hacia la rigidez en la enseñanza, hacia los esquemas fijos, hacia el narcisismo y la adulación por el maestro. Pero sobre todo hay ganas de pasárselo bien. De bailar y ya. Porque hay que reconocerlo: ¿a quién no le gusta «bailar y ya»? ¿no es en esos momentos de «bailar y ya» cuando sentimos la danza más propia? ¿y por qué no le vamos a rendir homenaje a esto y sacarlo al escenario, sin más ambiciones? He visto «Muestras nuestras» como un homenaje-protesta-celebración de la enseñanza y el aprendizaje de la danza, de los dos lados que intercambian, el profesor y el alumno, y de un proceso que en realidad nunca termina, porque siempre seguimos aprendiendo. Está hecho con la generosidad del profesor que disfruta de enseñar a los otros sin dirigir, sino compartiendo para ver qué sale.
«Muestras nuestras» es la primera creación de la Cía TOM, que ya se había estrenado en el Teatro Pradillo en marzo de 2013, pasando después por el VIII festival internacional de Danza Contemporánea y Artes del Movimiento de Ciudad Real. En el Ateneo de Madrid, TOM presentó el mismo programa con alguna novedad, como los solos de Antonio Jiménez y Haizam Abdalla, nuevos integrantes de la Cía que se suman a Amelia Caracava, Alejandra Illmer (coreografía) y a Sergio Urcelay (música) con la participación también de Pepe Rodríguez. TOM prepara ahora su próxima pieza, sacando jugo a todos esos ratos libres entre clase y clase del estudio. Atentos a la creación que se cocina en las escuelas, es la que más ingredientes tiene.