Javier Martín y su pieza “control” en el XXIX Festival Madrid en Danza

Javier Martín, coreógrafo e investigador en las artes del movimiento, acaba de estrenar en el XXIX Festival Madrid en Danza su pieza en construcción “control”, acompañando la puesta en escena de su trabajo con otros espacios de encuentro con los espectadores. Recorre así un paso más en el proceso de investigación de este solo-improvisación basado en las ideas de creador, transformación y muerte, que sigue desarrollando en colaboración con el MUN – Museo Universidad de Navarra y el Teatro Rosalía de Castro de A Coruña, donde es compañía residente.

 “Empecé a hacer danza el primer día que me subí a un escenario”. En ese primer paso que Javier Martín daba allá por el 2005 Teatro Galán de Santiago de Compostela, había ya una declaración de intenciones y una voluntad de quedarse. También se desvelaba parte de la esencia que atraviesa su trabajo: la identificación de la danza con el hecho escénico, con el encuentro único que se produce entre el bailarín y el espectador, que se genera en un instante como algo efímero pero que perdura en la mente y el cuerpo de los que lo viven, provocando un desplazamiento, un ensanchamiento de los horizontes que se manifiesta tan necesario como complejo. Y sin embargo la cosa no se queda ahí. Para que una pieza de danza produzca este efecto en el escenario, Javier Martín pone el acento en la importancia de los procesos de investigación y la incorporación de comunidades a esos procesos, para generar –en sus propias palabras– “inteligencias múltiples”, un lugar de trabajo que prefiere al de la expresión individual del creador, al ejercicio de despliegue del ego o de representación e emociones personales, “tan limitado y que se agota enseguida”.

Javier Martín en "control", Teatro del Arte (Madrid, 17 nov 2014). © Catuxa Debén
Javier Martín en «control», Teatro del Arte (Madrid, 17 nov 2014). © Catuxa Debén

“control”, su nuevo proceso de investigación que acabamos de ver en el Festival Madrid en Danza, es un solo de danza basado en la improvisación como lenguaje o mecanismo de expresión corporal. No es una elección gratuita, es probablemente el único que pueda dar respuesta a las cuestiones que Javier Martín pone sobre el escenario y que superan al creador: la realidad, la transformación y el paso del tiempo, que nos traen el miedo a la muerte, o a nuestra propia conciencia, o a sentir las dos cosas a la vez. Nuestros santos y demonios. Solo fuera de lo racional y lo mediatizado, solo a través de un cuerpo que improvisa respondiendo a impulsos y vibraciones provocados por estas ideas, es posible adentrarse en esas profundidades y sacarlas a la superficie, que es en realidad donde están, aunque solamos obviarlas o mirarlas de reojo. Desapareciendo el bailarín como “individualidad” y su discurso propio, es posible generar un ritual en el escenario en el que todos los presentes nos sintamos interpelados. Siempre que estemos dispuestos, claro. La escucha es importante.

“control” no es fácil. El discurso de la pieza es exigente y muy amplio, difícil de condensar en 50 minutos sin que se nos escapen al menos unas cuantas sutilezas, que en estos territorios son tan importantes. Por momentos es posible perderse y salirse de la pieza, lo cual implica un riesgo de desconectar a bastantes espectadores, más amantes de los resultados que de los procesos. Nadie dijo que fuera fácil. Si no lo es para el que lo propone, tampoco puede serlo para el que lo recibe.

En “control” vemos un cuerpo que vibra en el escenario ante diferentes tensiones a las que se expone. Estados de angustia, ansiedad o sufrimiento… contrastan con otros momentos de liberación, estados de calma o de desidia. Todos estos estados se expresan a través del cuerpo, en un trabajo físico que busca recrear momentos de belleza y fealdad, cuestionar las estéticas. Un solo bailarín, al que encontramos en unas veces perdido o divagando por un espacio vacío, sin sentido, buscando sin encontrar; y que en otros momentos parece recuperar la referencia y tomar conciencia de su situación para poner cierto orden, con el apoyo de una escenografía mínima, un mapa un tanto ilegible: un monolito, icono que se mantiene como piedra de toque (reconozco que la mirada se me escapaba en algunos instantes para descansar en ese lugar reconocible) y dispuestos por el suelo unos recipientes de vidrio, contenedores- coordenadas en los que se encierran materias líquidas, sólidas, y blandas: agua, cubos de hielo y varios órganos. A estos recipientes recurre el bailarín y los desplaza, como pequeños actos de afirmación y control, momentos en los que nos alivia encontrar una acción que parece consciente y a alguien tratando de habitar el lugar. Pero pronto vuelve a desaparecer el personaje, se oculta tras una máscara a través de la cual nos interpela y nos mira a los ojos, mientras sostiene un bastón de dos puntas con el que arrastra un hígado, atizando el dolor. Y sin embargo luego carga con él a la espalda. Hay culpas y miedos, perdones y rendiciones, dominación y liberación. Es muy íntimo lo que allí sucede.

Javier Martín en "control", Teatro del Arte (Madrid, 17 nov 2014). © Catuxa Debén
Javier Martín en «control», Teatro del Arte (Madrid, 17 nov 2014). © Catuxa Debén

¿Cómo llegan todos esos estados mentales y físicos a la escena? No es el bailarín quien los coloca (él más bien los vivencia), sino que se rodea de múltiples elementos sugestivos para crear ese ambiente donde el ritual pueda suceder: la luz, la música, la escenografía o el color son muy tenidos en cuenta. Es curioso observar cómo, para llegar a un ejercicio de improvisación como este, hay que predefinir tantas cosas.

Para empezar, el espacio se presenta como un escenario de oscuridad, un no lugar. Con fondo negro y figura vestida de negro, no deja lugar a extensiones cromáticas que disparen códigos e interpretaciones visuales, adelgazando de alguna manera el sentido con el que solemos percibir gran parte de un espectáculo, obligando a ir más allá del lenguaje visual–nuestro sentido más entrenado y por esto mismo el más condicionado–. No es que la vista ni las imágenes desaparezcan, claro. Como pieza de danza, esto es imagen en movimiento. Pero en “control” se fuerzan y se mezclan otras percepciones. Trabajando diferentes ritmos y texturas (del movimiento del bailarín y de los elementos presentes en el escenario), diferentes sensaciones del tacto (el cuerpo que toca el suelo siente también el agua, y el hielo, sostiene recipientes de cristal, piedras y órganos), y trabajando también los sonidos. Este aspecto de variedad musical es importante porque funciona como interruptor de muchos de los diferentes movimientos que se desencadenan en el cuerpo y colocan la atención del espectador en un estado: desde la entrada inquietante del bailarín, que pisa digno pero algo torpe el escenario, a ritmo de una rara versión de ‘Im Wunderschönen Monat Mai’ de Schumann por Bernhard Schültz & Reinold Frield, pasando por gestos decididos y más estilizados que acompañan notas de Scarlatti, hasta movimientos libres que responden a la música de Oleg Karavaitchuk, quien también improvisaba…

Javier Martín en "control", Teatro del Arte (Madrid, 17 nov 2014). © Catuxa Debén
Javier Martín en «control», Teatro del Arte (Madrid, 17 nov 2014). © Catuxa Debén

Ponerle un principio y un final a esta pieza “control” sería absurdo. Porque es más que un ejercicio estético, es una puerta a muchas cuestiones que no quedan resueltas, solo se revelan en el escenario y requieren la participación de otros. Por este motivo, Javier Martín ha presentado ‘control’ en el XXIX Festival Internacional Madrid en Danza llegando más allá de la simple exhibición de su pieza, y planteando una “programación expandida”, que supuso un taller para más de 20 personas «El cuerpo fantasma» en los Teatros del Canal, dos encuentros con los espectadores en el Teatro del Arte y una conferencia performativa «Cómo construir un cuerpo sin órganos» en el marco de las actividades de Coreógrafos en Comunidad, en el espacio Conde Duque.

Se agradece que este tipo de programas se incorporen a los festivales. Lo que suele llamarse –un poco desafortunadamente– “actividades paralelas” debería ir ganando importancia si queremos superar la idea de consumo cultural de entretenimiento, donde nuestro único papel como espectadores es el de pagar una entrada y regalar dos horas de nuestro tiempo. Recibir a un público con capacidad crítica es tan necesario como programar a buenos artistas. Solo así se puede generar un diálogo a la altura de un discurso artístico que valga la pena. Lo demás es quedarnos como estamos.

Solemos reclamar del artista la honestidad, la coherencia, la entrega. Pero, ¿qué pasa del otro lado? ¿no nos debemos la misma exigencia como público?

“Hay que estar muy despiertos”. Es uno de los muchos mensajes de tipo llamada que uno encuentra entre los abundantes textos que Javier publica en su web, textos que sostienen sus creaciones y que ayudan a “crear contextos”, otra de las necesidades en las que pone el acento. Entendiendo que las artes del movimiento –o la danza contemporánea– no es sólo una forma de representar el mundo, es sobre todo un proceso de construcción de formas y sentidos a través de la acción del cuerpo, capaz de traer nuevos significados. Un proceso de investigación–creación que reclama la entrega de creadores y públicos, y que es hoy más necesario que nunca: en un contexto tan mediatizado como el actual, entender el mundo desde nuevos prismas es lo que nos ayudará a ensanchar horizontes y a ser más libres. En este sentido, la danza se está revelando como uno de los mejores balcones al que asomarse.

“Tengo en alta estima el rol del bailarín, y lo aprecio como necesario en el contexto social actual en el que se vive tan desconectado de uno mismo, del cuerpo, de una manera tan mental y plana”.(…). Ansío mostrar con mi trabajo nuevas formas de que se nos revele la realidad, ¿para qué? pues para eso, para ser más libres. Las artes del movimiento tienen mucho más que decir de lo que el 95% de la población es consciente. Si la gente se diese cuenta lo que comunica subconscientemente con su manera de estar en el mundo, la mayoría no se atrevería a salir a la calle hasta no arreglarse por dentro”

La propuesta de “control” reclama también ese trabajo desde el cuerpo, como lugar idóneo (menos mediatizado que otros) para la investigación actual y la creación de nuevos significados. «control» llega como resultado de un proceso de investigación que Javier Martín está llevando a cabo con un grupo de 24 personas, provenientes de todo tipo de campos profesionales, a quienes reúne en el Teatro Rosalía de Castro de A Coruña, donde es compañía residente. La pieza se estrenará en febrero en Pamplona y seguirá conectándose con programaciones como conferencias, talleres o encuentros con espectadores. Pero esta es ya otra historia. En resumen, la propuesta tiene mucho que contar, sí bien el discurso puede resultar a veces complejo y hermético. Y sin embargo sus acciones van en el sentido contrario, en el de incorporar y abrir diálogos con el público. Es un equilibrio complicado.

Para alivio de todos, cuando acabó la representación que vimos en el Teatro del Arte, los allí presentes volvimos a nuestros puestos de personas que vienen del trabajo al teatro y que luego se van a ir a cenar. Volvió la luz a la sala y Javier salió al escenario vestido ya de sí mismo, para conversar entre personas que habíamos compartido un algo intenso pero que también nos podíamos relajar. Estábamos ya en territorio seguro. Tengo que confesar que me alivió comprobar que el cuerpo fantasma había desaparecido y regresaba un bailarín, incluso me alivió reconocer en él ese típico porte aristocrático y elegante y esa actitud sensible, rasgos característicos de quienes se dedican a la danza. Se sentó allí a charlar con nosotros mientras dos ayudantes limpiaban la faena y repasaban el suelo con una fregona… Por hoy ya está bien. Pero que vuelva a suceder.

c o n t r o l

presentación pieza en proceso_17 y 18 de noviembre, Teatro del Arte. Festival Madrid en Danza

estreno_ febrero´15 en Pamplona

Creación y baile: Javier Martín
Diseño iluminación: Octavio Más
Espacio sonoro y escenográfico: jm
Vestuario: Manolo Cremallera
Música: Oleg Karavaitchuk, The Caretaker, Greenwood, Scarlatti, Bernhard Schültz & Reinold Frield.
Artista residente en el Teatro Rosalía de Castro – A Coruña.
Coproductores: MUN – Museo Universidad de Navarra / Artibus / jm.

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