Les Grands Ballets Canadiens de Montréal presentan por primera vez en España la versión actualizada del coreógrafo sueco Mats Ek del ballet «La Bella Durmiente», en los Teatros del Canal de Madrid, del 5 al 8 de Febrero. Grandes bailarines, despliegue de color y escenografía, trama moderna con potencia narrativa y dosis de humor. Entretenimiento del bueno. Y un público que no acaba de renovarse. ¿Qué pasa con los clásicos?

¿Qué nos seduce de un ballet o un cuento clásico -si es que todavía nos seducen-? ¿Qué pasa cuando se revisitan, se adaptan, se versionan? ¿Por qué se programan estos ballets y a qué lecturas sacamos hoy de ellos? «La Bella Durmiente» es de los ballets de toda la vida. Que es un clásico de toda la vida lo tiene claro Mats Ek, y será por eso que en 1996 hizo su propia lectura, no basada en el pasado, sino en la vigencia de ciertas ideas subyacentes al relato, que trasladó a un presente más o menos cercano al espectador.
Antes de hablar de la versión de Ek, refresquemos el clásico de «La Bella Durmiente del bosque»: El rey Florestán XXIV y su esposa, la reina Silvia, celebran el nacimiento de su hija la princesa Aurora, en una ceremonia de bautizo a la que son invitadas seis hadas para agasajar a la niña con virtudes y dones, pero la malvada bruja Carabosse –que no había sido invitada- se presenta furiosa y lanza una maldición sobre la princesa: Aurora se pinchará el dedo con un huso de una rueca y morirá cuando cumpla dieciséis años. El hada de las lilas interviene para que, en lugar de la muerte, el huso cause un apacible sueño de cien años a la princesa, sueño del que solo se despertará con el beso de un apuesto príncipe. El príncipe Désiré encontrará a Aurora en el bosque, la despertará con un beso, y todo el reino saldrá del sueño para celebrar el matrimonio de la pareja. Hasta aquí el cuento de hadas representado en el ballet original, que fue encargado por el director de los Teatros Imperiales Ivan Vsevolozhsky, estrenado en el Mariinsky de San Petersburgo en 1890 con coreografía de Marius Petipa y libreto escrito por Vsevolozhsky y el propio Petipa en un prólogo y tres actos, basado en el cuento escrito por el francés Charles Perrault en 1697.
Y ahora viene el relato actualizado de Ek: Aurora, una adolescente rebelde, se aburre en su vida demasiado perfecta y ordenada con sus cariñosos padres. En este caso el espíritu maligno es un drogadicto que seduce a Aurora y la induce al infierno, sustituyendo el huso por una jeringuilla de heroína. Aquí empieza el camino de autodestrucción y la lucha entre el bien y el mal, que se resuelve con la aparición de un caballero de traje y corbata que se indigna ante tanto disparate y viene a instalar el orden en la vida de Aurora y de los que le rodean.


Pero la historia de Ek no es tan plana (como tampoco lo era probablemente en su época, si no hiciésemos una lectura superficial). El «espíritu maligno» de Carabosse es un pobre desdichado que lleva a la joven Aurora a liberarse de la moral que sus padres le imponían y que claramente no le gustaba. Ella comienza entonces un viaje emocional y físico, vemos la búsqueda y lucha personal con la que sufre pero también disfruta. El príncipe redentor que llega para «salvarla» también tiene su lado oscuro: es un hombre recto que se ofende ante lo que esta viendo. El personaje se levanta de entre el público del teatro y sube al escenario dando voces, quejándose por la ofensa al ballet clásico que está presenciando: «What a hell is going on?». Aquí entra otro de los juegos de Ek , porque el gentleman no sólo se ofende ante la maldición de Aurora, sobre todo se ofende por la falta de respeto del espectáculo: ¿dónde está el canon, el ballet de verdad que yo venía a ver? ¿qué mierda moderna es esta? Este «príncipe» de nuestro siglo no encontrará otra solución que cargarse al heroinómano -por drogata-, para «salvar» a la joven y rescatarla del camino de la perdición para que vuelva a una vida ordenada, para alegría de sus padres y del resto del personal.

En el clásico Aurora toca un huso, aunque sabe que no puede hacerlo, y por eso cae dormida. En la versión de Ek se enamora de un desgraciado y decide seguirle aunque eso le lleve por caminos tenebrosos. ¿Es eso lo malo? ¿Es lo bueno? ¿El amor es siempre la redención? La interpretación queda a la moral de cada uno y la historia cuestiona la moral de todos.


Los cuentos clásicos pueden ser hoy llamados «clásicos» precisamente por haber soportado el paso del tiempo. Hay en ellos una base que hace que permanezcan a través de generaciones, y esta base no está sólo en su valor como testimonio o imagen histórica. Algo de atemporal deben llevar cuando seguimos leyéndolos pasados varios siglos. La lucha entre el bien y el mal, la ruptura del orden establecido, el amor, la venganza, el honor, la lealtad, el castigo, la redención, la belleza… Las ideas son atemporales, pero cada época, sociedad y casi cada ser humano puede encarnarlas y juzgarlas de modo diferente. La recuperación de un ballet clásico, y de un cuento clásico, no es (o no tiene por que ser) la transposición de su primerísima versión. No está ahí el ejercicio de lealtad, eso sería tan sólo un homenaje o una ceremonia. El ejercicio de lealtad a un clásico está probablemente en poner el acento en su valor atemporal, lo que implica ya posicionarse con respecto a una serie de ideas universales, tomar decisiones creativas tanto en el modo de narrarlas como en el lenguaje corporal, plástico y escénico utilizados para ello. Aquí es donde entra Ek y propone una lectura actualizada desde su lenguaje artístico. No hay un desafío al canon, simplemente porque no se trata de eso.
Esta pieza en Madrid es una oportunidad de ver una obra clave de un gran coreógrafo, de presenciar un fragmento de la historia reciente de la danza moderna. También en Madrid, en el Teatro Real, vimos hace unos meses el estreno de la coreografía «Casi-Casa», que Mats Ek hizo para la Compañía Nacional de Danza. Ek vuelve al Canal con su lenguaje cargado de narrativa, casi teatral, con conjuntos que recuerdan a un musical, y solos de bailarines que hacen un esfuerzo interpretativo como si fuesen actores de cine mudo. Todo un despliegue de medios, con vestuario de colores fuertes y grandes escenografías elegantes. Es fácil meterse en la historia, al espectador no se le pide mucho más que sentarse a disfrutar.
Y aquí está el gran melón, en el lado del público: ¿cuánto cuesta programar una obra como esta? Si no hay dinero para la danza actual, para los creadores que están trabajando ahora, ¿cuál es la finalidad de traer una obra como esta si no se acompaña de un esfuerzo por el lado del público? En una Sala llena de autoridades y de público del de siempre, del que ya ha visto muchos ballets… solo se divisaban unas cuantas cabezas de gente joven, cuyo cuello estirado delataba su condición de bailarines. Las inversiones fuertes se justifican cuando se buscan grandes resultados. Y la cultura, y la escena de la danza actual, hace tiempo que tienen la balanza desequilibrada por un reparto desigual, una tarta que sigue siendo para pocos cuando podrían probarla muchos.